Oscar Rivera
Habiendo incurrido en un movimiento universitario, una suerte de laboratorios de prueba, o práctica de partidos políticos de verdad, me permitió ganar popularidad, más aún cuando me dedicaba a todo tipo de realización de eventos sociales, especialmente fiestas y eventos, para lo cual más de uno se quería aprender tu nombre o sobrenombre si quería entradas, ya sean pagadas o gratuitas.

Con un intento de enamorada, perdón que intento, estuve con ella, fue la primera "firme", fue un mes bastante extraño y ese mes fue suficiente, en fin retomando; una enamorada, escasos besos furtivos que trataba de evitar, mis desarrollados pasos de merengue y salsa (no tan buenos en ese tiempo) los cuales me ví forzado a aprender en el verano de 1997, y un cuerpo atlético ligeramente marcado por los ejercicios,  llegué al cuarto año decidido a explotar mi disque "fama".

Los castings realizados a todas horas, ya nos habian permitido ubicar a nuestras "presas", sin embargo yo terminaba por hacerme amigo de ellas y al final perdía el interés. Quien me mantuvo en expectativa fue Daisy de mirada brillante y ojos coquetos, labios delgados, parecía más bien una chica misteriosa, de esas que dicen no matar ni una mosca, pero se la saben todas, como sea resultamos siendo amigos, pese a que de vez en cuando sentía una especie de fijación más bien del tipo hormonal que nunca supe explicar, recordando bien tenía el rostro similar al de Jenifer López no recuerdo si "lo demás" también creo que no, sino lo recordaría, seamos sinceros esas cosas no pasan desapercibidas.

Recuerdo haber salido alguna vez con ella, en una especie de cita de parejas. Para ello fuimos a recoger en el auto de Richi a su amiga que salía del trabajo. Mientras ésta se apuraba por salir, por que nos tenía esperando afuera en el auto, la chica no se percató lo que nosotros sí. Que la puerta de vidrio del local donde trabajaba estaba cerrada. Y de pronto luego de un impacto preocupante observando su cabeza rebotando, y la mirada de sorpresa, veías un cuerpo retrocediendo un par de pasos. En el auto una explosión sonora al unísono mostraba a tres personas arrastrándose por el espectáculo. El chichón fue el tema de conversación casi todo el tiempo.

Mi desinterés por Daisy empezó, exactamente el día en que ví a Maria Alejandra bajando por las escaleras, hasta la misma Daisy se percató de ello, y mi atención estaba más bien en poder coincidir en algún momento con Maria Alejandra. Alguién dirá un "choque y fuga" mínimo con Daisy ¿no?, pues para decepción de quien me pensaba voráz, siempre padecí del síndrome del "pingüino", así lo he autodenominado. Los pingúinos son de una sola pareja para toda la vida. Así que siempre fui a la búsqueda de mi pingüina, de quien me pudiera enamorar y vivir toda la vida con ella... ¿que  cojudo no?, recién caigo en la cuenta, de haber dejado pasar muchas oportunidades. LO DIGO EN BROMA prefiero me encasillen en el lugar de los  románticos, no me arrepiento de lo que hice en búsqueda de mi pingüina.

No era la primera vez que me enamoraba, pero lo que sentía por ella, no lo sentía hace mucho y era diferente, quería calcular todo de tal manera que no pudiera tener fallas en mi forma de acercarme, los pensamientos para acercarme a ella siempre estuvieron sorteados de dudas y de indecisión, planificaba una y mil veces el como acercarme, poniéndome en todos los supuestos, para que mi estrategia sea infalible y así evitar el tan fatídico miedo a perderla. Cada vez que había planeado mi estrategia, los planes se me cambiaban, o ella no bajaba por ese lado de las escaleras, o aparentemente ese día había faltado, o salió antes que yo, o algún miserable ya se había dado cuenta de que le hacía la guardia y se la llevaba por otro lado...en fin.

A la hora de salida, Maria Alejandra solía bajar por las escaleras que daban para la biblioteca. Entre la entrada a la biblioteca y las escaleras que conducían a los salones, había un pequeño patio con unas mesas de cemento con azulejos de ajedrez, donde se reunía la mayoría a estudiar. Incontables fueron las veces que sólo pude observarla pasar, mientras la multitud de estudiantes se la llevaba cual  si fuesen olas en el mar, que no me permitían hacer una entrada directa. Podía hacerlo, ir decidio directamente hacia ella, presentarme y decirle quien soy, decirle un piropo o algo bonito, o quizás gracioso, algo que pudiera causarle una buena impresión.
- Me cagaba de miedo!
¿Miedo al rechazo?, ese miedo estúpido que mi autoestima supo doblegar con el tiempo. No, no era de ese tipo de miedos; ¿miedo a perderla? y que mis sueños se desvanezcan, ironias de la vida, o una afirmación continua. Ese miedo estaría presente nuevamente, 10 años más tarde.

Por fin el momento perfecto se presentó, aquel día en el cual calculé su salida y me pegué a las escaleras por las mesitas de ajedrez. Pensando estratégicamente, tenía que salir del margen visual de la cochina competencia que percatándose mi presencia la pudiera llevar por otro lado, como sucedía cuando la veía bajar algunos pisos y luego cambiaba de rumbo hacia las otras escaleras. Debe ser que la cochina competencia no la acompañó ese día. De tantas veces haberla visto coincidíamos miradas de vez en cuando todas furtivas, esquivas en algunos casos para evitar, según yo, que se diera cuenta.... ¿pero no sería tan huevón en ese tiempo?!!!,  si casualmente se tenía que dar cuenta, pero lo que quería evitar era una actitud diforzada, refiriéndome al prejuicio que uno tiene de no ser tan evidente y mostrar tanto interés en alguíen, para que esta persona no cambie de actitud.

El descanso exterior de la escalera entre el tercer y segundo piso por los cuales ella venía descendiendo, me regaló repentinamente un kilo de mariposas en el estómago al verla pasar, para que unos segundos después, pueda ver directamente como bajaba, mientras yo disimulaba conversando con algunos amigos casi al pie de la escalera.
A 4 escalones de que termine de bajar, y sin saber que decirle, dejando con la palabra en la boca a quien me hablaba, sólo atiné a saludarla con un: Hola! 
Ella me miró y con una mágica y maravillosa sonrisa, me correspondió el saludo con otro: Hola!
Cómo era de esperarse en mi, nuevamente era víctima de la estupidez, pero esta vez ya no por la timidez, sino por que me había correspondido, como siempre que la miraba, me quedaba absorto, pero esta vez con una sonrisa. Lo que al final de cuentas viene a ser estupidez nuevamente.

Imagino que mi cara podía ser alusiva a unos de esos momentos en que Kevin Arnold (de la serie Los Años Maravillosos), ponía una cara de estúpido cuando veía a Madeleine Adams.


Pensándolo bien no era cara de estúpido, era más bien una cara de felicidad. Posiblemente estarás leyendo y dirás tanta lectura para un "Hola"
Puedo resumir esta parte en esas 4 letras, las cuales marcaron uno de los mejores e inolvidables momentos de mi vida, al menos en la etapa universitaria.
El primer paso ya estaba dado.

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