Oscar Rivera
Algunos días se vuelven nostalgia, cuando recuerdas noches grabadas con tanto cariño, euforia, pasión, emoción, besos y caricias , quizás pellizcos y algún otro transeúnte inoportuno... finalmente  perderte por un rato en el recuerdo si fue lo que fue, o aún es. Fue alguna vez una historia distinta a la principal de estas memorias que empezaba en un karaoke. En realidad empezaba días antes cuando la conocí, continuó cuando luego la encontré y cuando por cosas de la vida tras aquellas planeadas postergaciones no deseadas, se concretó para sellarse con un beso en una mágica y memorable amanecida

Noche fría y serena, llovizna inofensiva y romántica, compañía perfecta y seductora, tan femenina tan mujer que la luna de envidia se ocultó.

Ambos pendientes del movimiento de cada uno, buscando finalmente el  mejor ambiente, evadiendo a extras inoportunos o llamadas inesperadas.


Labios carmesí para besar una y otra vez. Seductores para mis oídos al escuchar la intensidad de su canto, aquel que había precedido a la dedicatoria que me hizo. Que cuantas veces lo cantó antes sólo lo sabe ella, y sin embargo yo era todo oídos, y la escuchaba en realidad con todos mis sentidos, observando su pasión al cantar, respirando su aroma al acercarnos, tocando sus manos que no ofrecían resistencia al cobijo que les daba, mirando y registrando cada momento con los ojos de mi alma.

Una corta caminata nocturna que enrrumbaba hacia el final de aquella velada, fue oportunamente interrumpida por aquella música romántica, para proceder a mirarnos y besarnos apasionadamente a vista y paciencia, sabrá Dios de quienes, el resto no importaban, y eso lo sabían muy bien nuestros labios.

Compañía que arrebató a la noche más horas de la que nos dejaba, un faro que perdía su luz con el amanecener de aquel día y ella que brillaba. Felizmente las ropas no permitieron treparnos a este, y aunque no eran impedimento para haber podido extender un exceso de caricias, preferimos postergar aquella magia para otro día, para perfeccionarla con esos detalles que sólo les da el alma, en otro ambiente, en otro lugar con más calma, después de conocernos mejor, después de entregar nuestros corazones.

Intensas caricias y besos me hacían perderme en sus ojos, en sus susurros, en sus abrazos, en su compañía tan perfecta frente a un principal testigo, como es el mar. Acariciándonos la brisa y un frío que se perdía vagamente entre nuestros cuerpos tan juntos y abrigados. Quédate a ver el amanecer conmigo le dije, y ella accedió.  Mientras nuestros besos y caricias se prolongaban ante aquel panorama ella se escurrió de mis brazos, para rodearme por la espalda, para abrazarme y derrochar besos cariñosos, para sentir mis manos con sus manos, para volver a perderme en sus ojos mientras acariciaba sus mejillas, una y otra vez para que estos jamás sean borrados por su memoria selectiva, aquella que repetiría algunas preguntas ya hechas y haría otras mismas después.

Aunque me gustaría que ella lo recordase como yo, quisiera saber si reconocería su nombre en esta historia, y si en realidad deseaba que continuase para que se repita una y otra vez, cada vez con mayor intensidad que la vez anterior, o quizás se le olvidó por causa de su selectiva memoria.